En una guerra el frente de batalla es concreto y limitado, y puede ser devastador pero ocupa un espació limitado y afecta un número muy determinado de personas directamente (aunque muchas se puedan ver afectadas de manera secundaria). Pero la inmensa mayoría del territorio no forma parte de ese frente y la vida sigue, el trabajo, las relaciones, la producción, el intercambio, el amor, la vida en general.
Ninguna guerra ha sido capaz de paralizar la producción de todo el territorio. Se seguía cultivando, fabricando, comerciando, creando. Se modificaban muchas cosas, pero la vida seguía. Cambiada, afectada, aterrorizada, temerosa, pero la vida seguía.
No ahora. Se ha impuesto la paralización de casi (por suerte ese "casi") todo. Un poco más de parálisis y directamente nos hubiéramos muerto todos de hambre sin ir más lejos ni afinar más.
En las pandemias anteriores, incluso en la más cercana de 1918-20, no todo el planeta estaba tan instantáneamente conectado. Las órdenes y el control no eran tan grandes como para imponer nada en un pueblito aislado en una montaña. Ni en el medievo, ni en las pandemias romanas, ni en ninguna otra época, ni en la de nuestros abuelos.
Pero ahora sí, tenemos el poder de controlar absolutamente cada rincón del planeta. Nada se escapa. Y se ha controlado. Y ha tenido algunos efectos devastadores. Hemos estado en un tris de desaparecer, aunque parezca tremendista.
Hemos vivido la peor catástrofe de la historia, y lo peor es que la peor parte no es achacable a la enfermedad sino que hemos estado a punto de producirla nosotros mismos.