Mantengo la tesis de que el
marxismo cultural y sociológico es un cáncer que sirve principalmente para
crear división y enfrentamiento dentro de la sociedad.
Por eso no me resisto a
utilizar un análisis marxista de la pandemia que padecemos para ilustrar su
malignidad.
En repetidas ocasiones he comentado que se puede estudiar la sociedad desde cualquier característica y su contraria y enfrentarlas: la destrucción de una supone la igualdad por eliminación de lo diverso, y eso algunos lo ven como una victoria cuando no es más que una catástrofe.
En la pandemia hay dos
posiciones enfrentadas: los que priorizan la salud y los que ponen en primer
lugar la economía. Una nueva lucha de clases: los que consideran que lo más
importante es la salud y hay que dedicar todos los recursos disponibles a
mantenerla, contra los que consideran que lo más importante es mantener vivo y
fomentar el sistema productivo de riqueza.
El enfrentamiento ha llegado
incluso a las conversaciones más triviales dentro de las familias o los
círculos de amistad. Incluso se trata de enmarcar esta guerra de clases dentro
de otras más amplias, como las izquierdas y las derechas. Todo sea para que
parezca que es inevitable la separación y el enfrentamiento, y de paso el
mantenimiento de unos partidos u otros vendiendo determinada ideología o
simplemente prometiendo combatir la contraria sin siquiera ofrecer ninguna idea
de gestión nueva. Ni eso es necesario cuando se configura con claridad un buen
enemigo al que combatir.
Pues no. Es una simple
trampa, un trampantojo, peligroso además. Mortal.
No es posible cuidar la salud sin tener recursos, sin riqueza. Es la creación de la riqueza la que hace posible tener más medios, más investigadores, más médicos, más hospitales. Si se para la economía se para todo. Y sin salud tampoco es posible el trabajo, la inversión, el emprender, el hacer. No, no son contrarios sino complementarios. El problema no es de lucha sino de gestión: como aumentar los recursos, la riqueza, que promocione la salud. Se trata de cooperar, de coordinar, de gestionar tiempos, acciones y recursos. Pero si eso fuera así la lucha de clases se cae por sí sola, no sirve, incluso es un análisis peligroso.
Pero si no es útil la lucha
de clases, el marxismo cultural y sociológico, muchos profesores universitarios
van a perder el valor de sus escritos, de su posición de prestigio, su medio de
vida. Muchos políticos que viven del enfrentamiento van a perder su posición de
privilegio, su razón de ser. Y tendrán que hablar de gestión, de la que, me
temo, no tienen ni idea. Y tendrán además, que hacer algo que no les gusta en
absoluto: convivir con el diferente, cooperar.
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