viernes, 22 de enero de 2021

LA ÚNICA LIBERTAD (ABSOLUTA) ES EL SUICIDIO (citando a Séneca)


 

Y ni eso es verdad del todo, como veremos en tres ejemplos al final.

No somos libres.

No elegimos dónde nacer, ni cuando, ni cómo ser ni física ni mentalmente.

No podemos libremente conseguir saciar, ni siquiera conocer, todas nuestras necesidades y deseos.

Por mucha voluntad, sabiduría, paciencia, virtudes y estrategias que tengamos, nadie nos puede garantizar que podamos conseguir lo que podemos soñar.

Posiblemente es cierto que para conseguir alcanzar metas es bueno soñar con ellas antes, aunque también está el placer y la sorpresa de conseguir cosas que ni habíamos soñado, y nos agradan.

También parece cierto que para conseguir algo hay que creer que lo podemos alcanzar. Si no jugáramos nuestra partida de parchís como si pudiéramos ganar, no sé si tendríamos si quiera ganas de jugar. Creer que se puede lograr, y poner toda la carne en el asador, suele ayudar a alcanzar un propósito.

En relación a los residuos de libertad: nos queda cierta capacidad de elección. Podemos decidir si vamos al norte, al sur, al este o al oeste. Pero no siempre podemos elegir dónde queremos viajar. Podría desear ir a Japón, a Canadá, a Sudáfrica, a Australia. Pero el deseo no es suficiente. Muchos condicionantes influyen en que, finalmente, pueda cumplir ese deseo.

Nuestra capacidad de elección no es entre posibilidades infinitas sino siempre limitadas, lo que acota necesariamente nuestra libertad.

A veces incluso es peor: estamos obligados, condenados a elegir, cuando no querríamos, o nos resulta incómodo y difícil hacerlo. No todo en la libertad es alegre y dichoso. La mayoría de las veces elegimos una y perdemos millones de otras posibilidades.

Pero si la libertad es muy limitada, hay una libertad que parece mayor que cualquier otra. La mayor de nuestras libertades. El mayor ejercicio libertario.

El suicidio.

 

Podemos decir que hasta aquí. Que ya no sigo. Que se acabó. Y eso sí está en nuestra mano. En cualquier momento y en cualquier lugar.

La mayor libertad, la única que se parece a una libertad absoluta, sin limitaciones, es el suicidio.

 

Y ahora viene el final, que también desmiente un poco esto.

 

No, no es verdad que el ejercicio del suicidio sea libre. No siempre podemos ejercerlo en libertad, y voy a poner tres ejemplos que lo ilustran.

 

Uno es el caso de los que no tienen capacidades físicas de moverse y provocar una acción que pueda suponer su muerte. Podrían desear morir pero no pueden hacerlo. Tendrían que apoyarse en otros para ayudarse a suicidarse, dependen de otros, dependen de la voluntad de otros. No son libres.

 

El segundo caso es una vieja historia. Cuenta la leyenda, y al parecer también la historia, que Mitrídates VI, rey del Ponto, en su lucha contra la Roma todavía republicana, aprendió que se debía inmunizar contra una de las armas preferidas por sus contrincantes, el veneno, y lo hacía tomando diariamente pequeñas cantidades de todos los venenos conocidos y usados en su época.

Así llegó a alcanzar cierta protección. Pero también era usual entre los poderosos guerreros llevar consigo una cápsula de un veneno propio y potente, que en caso de ser capturado, le proporcionara una muerte digna y pacífica.

Cuándo así finalmente ocurrió, Mitrídates, capturado y a punto de ser torturado, echó mano de su seguro mortal, para darse cuenta que… ¡horror!, no funcionaba. Se había vuelto inmune también a su veneno. Finalmente tuvo que recurrir a la ayuda de uno de sus escoltas para poder suicidarse.

 

No es tan fácil morir tampoco, aunque quieras.

 

Y finalmente, y quizá lo más horrible, uno puede decidir suicidarse, pero no puede evitar las consecuencias que tendrá su muerte en los seres que le rodean: los hijos, la pareja, los padres, los amigos.

 

Quizá eres libre para morir, pero no eres libre para evitar las consecuencias de tu muerte en otros.  



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